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Mostrando entradas de diciembre, 2011

El Robot en la Vitrina

Un día, mientras todos salían de sus trabajos, los juguetes exhibieron sus mejores galas en aquella vitrina del costado derecho de la tienda… todo parecía bueno y seguramente, más de uno encontraría esa misma tarde un hogar. -Sin duda alguna, seré yo. -Dijo el Carro de carreras a control remoto. -Tengo muy buen diseño, excelente tracción y mi carga es eficiente para dar muchas horas de diversión. -Muy seguro de sus capacidades, a los presentes informó. -¡Me alegro! Veo que tienes muy buena auto estima, pero esta tarde el que se irá seré yo. -Con un tono de ironía y remarcada alevosía, El Héroe de acción refutó. -Ayer no me han comprado, pues al padre de familia seguramente, algo importante a marcharse lo forzó. -A los demás juguetes, nuestro héroe aclaró. El júbilo y las esperanzas se apoderaron de cada uno de los juguetes. Sin embargo, a medida que la tarde moría nada de esto se concretó, y tal cual los otros días, la resignación a permanecer por siempre en a

La Guacamaya y el Papagayo

- Dime tú,  amiga Guacamaya, ¿cuál es la distancia de aquí a tu corazón? –preguntó el Papagayo, con talante de conquistador. - Si te la dijera jamás lograrías recorrerla- -contestó la Guacamaya con un tono pícaro y burlón. - ¿Dudas de mis encantos y mis dotes como amante? –anonadado preguntó el Papagayo. - ¡No! ¿Cómo podría dudar de algo tan evidente como tu porte y tus destrezas al amar? - Entonces ¿cuál es mi defecto? - Muy simple- -respondió la Guacamaya. - ¡Cuéntame! que la duda me invade y carcome el alma- -suplicó el Papagayo con demencia a la Guacamaya. - Tus palabras. - ¿Mis palabras? No logro entenderlo. –frustrado e impotente resultó ante aquella respuesta el Papagayo. - Ni lograrías comprenderlo, pues entre tu belleza y la inteligencia hay un largo camino por andar, y recuerda, si mi consejo atesoras, nunca formules la misma pregunta dos veces a una dama, mira que no es de caballeros impresionar con apariencias y artimañas- -con total y desmesurada exper

Sebastián y el Camaleón

El día recién comenzaba, cuando el pequeño Sebastián se prestaba a partir en una de esas aventuras matutinas que, como a cualquier niño de su edad le gustaba realizar. -¡Hoy seré un explorador! -Se dijo así mismo nuestro pequeño aventurero, alejándose cada vez más de su casa, cauteloso al andar y atento a cualquier movimiento que se presentara. Todo comenzó tal y como estaba contemplado, la naturaleza y el sol conspiraron a favor de nuestro amigo en la búsqueda de su tesoro más anhelado, el escurridizo e invisible Camaleón, que como bien su padre ya le había dicho, era casi imposible de encontrar. Sin embargo, Sebastián desde hacía ya varios días había planteado en su mente la táctica perfecta e infalible para lograrle atrapar. -Le hablaré y le pediré que sea mi amigo… difícilmente un camaleón se mostrará indiferente a una petición de amistad, y por sorpresa le tomaré, y no le dejaré escapar.  -recalcó Sebastián. De pronto, sin previo aviso aquel niño perdió la cal

El Chacal Enamorado de la Luna

- A esto llamo yo, un buen comienzo. -Le dijo Pedro, el Chacal, a su amiga la Luna. - ¿Crees tú, Pedrito? -Preguntó ella con un tono de melancolía. - Si querida mía, no sólo lo creo, lo siento. - Si tú lo dices es porque es cierto, mi querido Pedro. -Secundó la Luna. - Quizá y nuestra relación mejore teniéndonos más cerca. Prometo con gusto esperar esa fase en la que te acercas más a la Tierra, para darte un beso en la mejilla izquierda y seguidamente otro en la derecha. -Dijo el Chacal con fervor y deseo aquella promesa. - Mi amado Pedro, cuánto más quisiera yo poder mirarte cara a cara y tenerte entre mis brazos sin demoras ni tardanza. -Imposible no será mi amada Luna, más tardará el hombre en profanarte que mi alma en llegar y amarte como nunca. -Declaró Pedro con ternura. -Así lo espera mi alma amado mío… así lo espera. -Dijo con esperanzas la Luna antes de despedirse de su tan galante enamorado mientras la noche moría.   Nunca antes ella, la Luna, se sintió tan amada por nada

La Maquina de Dulces

Cada mañana rumbo a la escuela él te ve y no sé qué mira… las preguntas redundan en mi cabeza y surge cual necesidad de niño por entender y diferenciar las alegrías de las tristezas, mi duda ante su carencia de respuestas mezcladas con su inocencia. -Hijito, dime tú que endulzas mis días… ¿Qué te atrae de esa máquina de la esquina? -¿Cuál maquina papito? -¡Ésa! –La que ves con tan desbordante alegría y en ocasiones demencia- -¡No es una máquina! - contestó con extraña cara y desaprobación a mi respuesta, y haciéndome bajar a modo de contarme un secreto me dijo con total franqueza: -No es una máquina papito, es una caja de sorpresas… por una monedita te regala algo rico y te promete reponer esa pérdida para ofrecerte algo nuevamente en la próxima vez que la veas- -¡Oh!- -Vaya que tienes razón mi niño, ve y pregúntale a nuestra cajita de sorpresas  cuántas alegrías nos daría por estas cuantas monedas- Sin lugar a dudas la mente de un niño no comprende de gastos, ni de

La Luna y su Lado Oscuro

Aquí, donde los asteroides y demás cuerpos espaciales impactan, la luz no hace del eco lo que vos y yo conocemos como resonancia. Se encuentra anclada, a la deriva de un espacio vacío, inhóspito y abrumadoramente frio donde solo le queda como opción esperar a la nada.  En esta ocasión te propuse un paseo diurno, valga la aclaración, si es que en la luna existe alguna diferencia entre la noche y el día, entre lo claro y lo oscuro… trazamos juntos la ruta, y en ello al instante coincidimos, porque no animarnos y buscar de la luna su lado oculto, y desnudar del pensamiento humano aquel antiguo precepto que oscilaba entre lo lógico y lo absurdo. El paseo comenzó de inmediato, y después de recorridos algunos kilómetros lunares consideramos oportuno, detenernos un momento y concluir la misión, porque que la luna no posee ningún lado oscuro, ya que todo en ella es de dicho tono, generando así, razonamiento desmesuradamente desgarrador e irremediablemente abrupto, para aquellos que