Muriendo entre retazos de poesía, el corazón se resignó a seguir interpretando en la novela de la vida esa fatídica, pero realista combinación de poeta muriendo de amor, y paciente romanticista pidiendo al doctor una dosis de morfina para disimular el dolor. Quizá y la muerte no tarde mucho, el reloj sólo crujió segundo a segundo aquella agónica escena de absurda emoción. De repente, las horas no fueron más y la vida como trapecista cayendo a la red, golpeo frágilmente el suelo donde exploto como confeti al viento en noche de rojo carnaval. La alegría sólo duró lo que tarda un cuerpo en bajar atraído por la gravedad. El alma, no voló como lo esperaban… simplemente la vida de aquel hombre llegó a su triste e inesperado término. La función de la noche por hoy acabó. Mañana habrá que morir nuevamente, mientras el público lo exija y la entrada se vende al dos por uno para ver al hombre reducido a su más mínima expresión.
Quizás y algún día el amor te toque, María Dolores, pero mientras eso sucede, que tu amor no se desborde.