Eran las 8 de la noche, cuando entre gritos y golpes a la puerta de la parroquia, Simón, el hijo menor de José, el carpintero del pueblo, clamaba a mí desde la calle. -¡Padre Rubén, mi papá agoniza! -Gritaba desesperadamente el menor de los Lara Erazo. De un momento a otro, bajé corriendo precipitadamente las gradas a pesar de mi avanzada edad, escapando en un par de ocasiones a caer de bruces cuesta abajo. -¿Qué es lo que decís, hijo mío? -Pregunté al desorbitado Simón una vez había abierto la puerta. -Mi papá agoniza, padre, y pide su presencia para que lo confiese antes de partir. -Espérame un momento, me alistaré y salimos inmediatamente. Tomá las llaves de la bodega y sacá la bicicleta, que nos vamos enseguida. En cuestión minutos, recorrimos medio pueblo hasta llegar a la casa de la familia Lara, donde José tenía su modesto taller de ebanistería, el único existente en el pueblo. -¡Dios bendiga, padre!, ¡Gracias por venir! -¡Te bendigo, hij...
Quizás y algún día el amor te toque, María Dolores, pero mientras eso sucede, que tu amor no se desborde.