Mientras tanto, las horas
transcurrían en aquella plaza donde el
sol se poso sobre la torre de aquel viejo reloj, que cansado de vivir, se
detuvo integrándose a una larga y marcada ausencia de esta tierra, estableciéndose
como manifestante en huelga de hambre en
el medio de las masas que le consultaban con atónita frustración los minutos
que no volverían, los que el pasado se trago.
Sin lugar a dudas, dicho producto era la solución a miles de
problemas, tanto internos como externos al hogar, sin embargo, no era de mucho
interés para mí en ese momento. Preferí permanecer despierto, atento y
predispuesto al pensamiento… recordando de lo vivido, lo bueno, lo malo y lo
feo. Extrañando aquellos días en los que
las cosas eran mejor, desprendí de mi mente toda lógica que cuestionara mis
motivos y razones para no largarme de una vez por todas a la pequeña sala de
espera que algunos llaman expiación, y dormir eternamente, mientras la amnesia
lo permita, y no den las cuatro en el reloj.
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