I
-Firmaré ésta nota para no pecar de irreverente, y
consecuente con los méritos de quien la precede… Atentamente: Quien hoy te
repudia como nunca, y te amó como siempre.-
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Las cosas no son
como parecen, un día de enero, su mujer, de quien evitaremos revelar más
detalles de los que nuestro individuo en cuestión conoce y podría imaginar,
decidió por obra y gracia de su mismísima y bienaventurada voluntad convertirse
en el látigo y verdugo de aquel iluso constructor de ilusiones (valga la
aclaración, mismas que construía en su propia mente) que no sabía más que vivir
por la que él consideraba su otra mitad.
Valentín, obrero
de profesión, esposo, hermano y padre ejemplar de cuatro hijos, uno propio y
tres de dudosa procedencia (de los que hablaremos más adelante), se alistaba a
partir con rumbo fijo hacia la construcción de turno en el pueblo que le había
tocado por residencia. El gallo cantaba entre las 4:00 y 4:15 de la mañana,
hora en la que normalmente nuestro amigo acostumbraba a perder el sueño e
iniciar los días con abnegadas y desmesuradas ganas. Isaura, su esposa, quien
procreo con él en teoría los cuatro hijos antes mencionados, era de poca
homogeneidad y será considerada como lo que es en estos amaneceres, la compañera
de alcoba, pero no de casa.
Las cosas no
eran nada fáciles en la sociedad que les había tocado vivir, no obstante,
Valentín intentaba sacarle lo más positivo a aquellas insufribles condiciones
de vida, haciendo caso omiso a su realidad y enfrentándose a ella cual blasfemo
a su “Dios” cuando este le niega. Su horario de trabajo, era difícil de predecir. Sin
embargo, figuraremos que abarcaba de sol a sol, ya que los pocos Lempiras
que recibía se pagaban bajo dicha y única condición, trabajar desde el
nacimiento del día y culminar las labores hasta la muerte del mismo. Un día
nuestro joven personaje alcanzo el grado de bachiller e inicio estudios
universitarios. No obstante, la vida no siempre es justa ya que aquel muchacho no
poseía condiciones objetivas como ser los medios y recursos para sostener un
lujo de aquellas proporciones en un país donde la educación era un mal y mucho
más cuando se era pobre. Facultado con una mente prominente para las ciencias
puras y las letras, aquel desdichado desde el día de su nacimiento no pudo
ocupar lo que quizá por derecho eterno le era merecido, ser más de lo que fue,
y más de lo que quiso.
Por otra parte,
describiremos objetivamente las responsabilidades atendidas por su conyugue
quien como horario de actividades había estipulado la hora misma de la salida
del que en teoría se consideraba su esposo. Su vida era ligera como el viento y
predispuesta a lo que sus ojos consideraran digno de sus encantos y menesteres,
Isaura, la menor de un matrimonio que procreo siete hijos, seis varones y una
mujercita, cogió por sistema de pensamiento y estilo de vida lo que su padre y
hermanos practicaban sobre su débil e inferior madre, como le consideraban
ellos, y concebía que todo cuanto sea estará sujeto a lo que el individuo mas
fuerte considere apto y justo, sin importar la humanidad, integridad y dignidad
de quien se ponga por enfrente. Dotada de una figura esbelta y una mirada
penetrante, y así como el más deseado manjar sobre la tierra se metía en la
mente del hombre más hambriento, atacaba a sus presas, como ellas les
denominaba, y accedía fácilmente a las debilidades de sus mentes y las que se
encontraban entre sus piernas, aspirando uno a uno sus deseos y ganando fortuna
por cada una de sus caricias encaminadas con aquel objeto. Tonta e ignorante
suerte la de aquellos pobres hombres, ya que la vida nos da reveces y así como
lo es en la naturaleza, el cazador se vuelve presa.
-Hay que
adelantar trabajo. -Dijo el maestro de obras de la construcción en la que Valentín era
uno más entre todo aquel ejercito de obreros que tenían por herramienta la
fuerza y como fin, lo que sus superiores les pidieran.
-No hay problema. -Susurro ante el resto
de sus compañeros, sumándose a él en igual respuesta una decima parte del total
de trabajadores de aquella construcción, tornándose de esta forma
significativamente un largo día de labores para aquellos humildes y necesitados
constructores.
El día era oportuno para realizar un magnánimo
esfuerzo y acreditar a sus bolsillos unos cuantos billetes más para la
manutención y sustento de todas aquellas familias que dependían de dichos
hombres que sólo tenían por delante lo que restaba de la jornada y lo que los
patrones dispusieran. Aquel día 15 de enero tendría resonancia en los que más
adelante lucharían si escudo ni espada ante la decadente civilización humana,
si es que en ella aun existiera el mínimo rastro de humanidad, por mínimo que este
fuera.
Se preguntaran
por los cuatro hijos de aquel matrimonio, ya que solo figuraron
cualitativamente al principio de estos hechos, más cabe mencionar que
de ellos el mayor, Sebastián, en honor al bisabuelo de Valentín, era quien se
ocupaba del cuidado y atención del resto de sus hermanos, tan solo con 13 años
de edad, el valiente heredero de la bondad y responsabilidad de su padre,
aunque este no llevase su sangre, pero si su espíritu, sacaría adelante a
los que por convicción eran su familia y no los dejaría ante lo duras que
fueran las condiciones que se presentaran, digno y prometedor entre el naciente
y destructivo individualismo de la sociedad en la que les tocaría que
sobrevivir, como desde ya lo hacían.
El reloj marcaba
las 9:30 de la noche y en aquella pequeña pero humilde casa, los corazones
comenzaban a latir mas aceleradamente que de costumbre, ya que el benefactor
de aquel “hogar” no llegaba y para los más pequeños de aquella morada, dicho
suceso era suficiente para esperar lo peor y unirse al infortunado grupo de los
que pierden a sus seres queridos por la incompetencia de otros que a costillas
de las vidas de unos pocos, superan los días con las ínfimas y pírricas
ganancias de los que a merced de su benevolencia pueden conservar las mismas o perder
más de lo que portan si se atreven a defenderlas. Sebastián ordenó
mantener la calma ya que su inteligencia y buena fe le dictaban que su padre, en efecto
se encontraba aún trabajando y no como sus mentes, y la realidad proyectaban.
-¡A dormir
todos! -Dijo una
sola vez mientras el resto de los presentes atendían con disciplina y prontitud
del que veían como padre en ausencia del que por derecho ostentaba dicho título.
Sin embargo, logró dar la orden minutos antes de percibir la llegada de su “mamá” (como los
pequeños, más no Sebastián, le decían) a tales horas de la noche como con
frecuencia acostumbraba.
-Dime engendro,
¿Por qué eres tu quien aguarda mi llegada y no el iluso de tu padre? -preguntó
la mujer.
-No ha llegado aún, pues se encuentra
trabajando. -contesto el joven ante la interrogante de la que el resto de sus
hermanos llamaban madre, con un gesto de tener esperanza en la certeza de sus propias
palabras.
Las horas eran
lentas y angustiosas para aquel niño forzado a convertirse en hombre antes de
que su propia naturaleza respaldara dicha talla, mientras sus deseos se
derramaban como lagrimas ante la posibilidad de la falta del que lo era todo en
aquella casa. Mientras tanto, lo trágico se volvía cada vez más y más pujante
ante las puertas de una realidad inevitable.
II
-¡Apilen esa
viga!
-¡Los soportes han cedido!
Gritaban desesperadamente
los hombres que aún trabajaban en la construcción de lo que en un
futuro sería una planta maquiladora, o naves, como los ingenieros y maestros de
obras llamaban. La cubierta de la estructura estaba conformada por un esqueleto
metálico de altas dimensiones y dotada de una forma singular, emulando la mitad
de un cilindro. Los soportes del costado norte aun se encontraban frescos ya
que el montaje de los mismos no había sido presupuestado sino hasta después de
la segunda quincena del primer trimestre de construcción. Los cálculos habían
fallado, la obra peligraba y había que corregir el daño. El peso era demasiado
para tan débil e improvisada edificación.
– ¡Instalen dos vigas de soporte entre las vigas
transversales de la estructura! -gritaba con demencia el ingeniero a cargo de la
construcción, mientras los hombres aún anonadados intentaban cumplir a la máxima
brevedad dicha orden.
– ¡Señor mío! -grito uno
de los obreros mientras los andamios caían y tras ellos las vigas impulsadas
por su propio peso y aceleradas por la gravedad. Más de 15 segundos duro aquel
estrepitoso hecho, -¿Hay sobrevivientes?-, -¡Búsquenles!- gritaban todos
desordenadamente entre ordenes y suplicas al viento, mientras entre los
escombros algunos morían y otros solo se resistían a lo infortunado de un
posible deceso en aquel maldito lugar.
Eran las 6:30 de
la mañana cuando Sebastián recobro el sentido después de haberle perdido ante
las insistencias y tentativas del sueño. Lo primero que paso por la mente y corazón
del joven era encontrar entre aquellas paredes la presencia de su padre. Sin
embargo, para la frustración de aquel, sus deseos sólo se quedaron en
meros y desventurados anhelos. No habían terminado de rodar las primeras lágrimas
por las mejillas del niño cuando este, como por acción de un reflejo natural de
su alma y cuerpo emprendió viaje por el camino lo más rápido posible hacia el
pueblo en búsqueda de su demorado progenitor.
Agraciado por su
juventud y las incontenibles ganas de saber donde se encontraba su padre,
Sebastián tardo menos de 20 minutos en llegar corriendo al lugar donde se
encontraba la construcción.
–Disculpe, muy
buenos días señor, me podría dejar entrar. Sé que no tengo la edad, pero
necesito entrar para buscar a mi padre que desde ayer salió de casa con
dirección a este lugar y vea que día es hoy y aun no llega al hogar. -dijo muy
educadamente Sebastián al portero de la construcción, encargado de permitir el
paso a propios y extraños a aquel recinto.
–Lamento
desilusionarte hijo, y por consecuencia hacer más grande tu preocupación, pero…
hoy no vendrá nadie a trabajar. -contestó aquel señor al joven necesitado de su
benevolencia.
-¿Por qué dígame
usted?
-Anoche sucedió
una tragedia que costó la vida de muchos obreros que laboraban en esta
construcción, incluyendo la del novato ingeniero que dirigía las obras, que
Dios y la virgen los tengan en su gloria. -dijo entrecortadamente
aquel compungido narrador de tan infortunadas noticias…
-¡No… no,
no, mi padre no! -vociferaba el pequeño, impactado por lo duro de aquellas malas nuevas.
-No llores pequeño. -dijo el portero… -si
te sirve de esperanza y consuelo, algunos sobrevivientes fueron llevados esta
madrugada al hospital de la ciudad, ya que unos pocos aun conservaban la vida y
las ganas de luchar.
Aquella noticia dio al pequeño, hace unos
segundos quebrado por la posibilidad de haber perdido a su padre, la esperanza
de hallarle aún con vida en aquella lejana y desconocida ciudad, motivo suficiente
para no perder más tiempo e ir a casa en busca de una forma decente de
emprender la travesía como un salto a ciegas, esperando como resultado
encontrar buenas o malas noticias para sus débiles pero aun existentes
esperanzas.
Continuara.
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