
Las
calles y cada uno de los edificios se encontraban vacíos. Los módulos
habitacionales habían sido desocupados de forma abrupta y sin ningún tipo de control.
Todo parecía delatar la desesperación de quienes alguna vez habitaron esta mega
ciudad, y la premura en sus intenciones por abandonarla.
Después
de más de 18 horas caminando, decidí detenerme en lo que parecía ser un centro
de abastecimiento. En su interior, aún quedaban productos frescos y algunas
verduras todavía comestibles. Entre equipos de tecnología y otros tipos de artículos, logré identificar
una estufa solar portátil y varias celdas fotolumínicas. En su afán por salir
del planeta, los dueños del supermercado, olvidaron, al igual que cada persona
en el domo, todas y cada una de sus pertenecías. Sin embargo, se llevaron con
ellos, incluso el alma del planeta.
Jamás
había ingresado a un Domo. A los de nuestra clase se nos había prohibido entrar
a estas estructuras, ya que únicamente nos encargábamos de la producción de
equipos y suministros para las grandes urbes de cristal. Mi padre, una vez
contó a mis hermanos y a mí, la historia sobre cómo sucedió todo.
Según
él, nuestro Sol nunca sufrió un cambio drástico en sus temperaturas o en las
emisiones de diferentes tipos de rayos
hacia la Tierra, sino que fue la humanidad misma quien debilitó la
atmósfera terrestre a través de más de mil años de contaminación, permitiendo
así, el ingreso libre de cada partícula irradiada sobre el manto planetario.
Por
más de treinta años el planeta agonizó, y las mejores formas encontradas para
sobrevivir fueron, la exclusión y el exterminio social. Los gobiernos de todo
el mundo, acordaron construir domos protectores para todas las familias
pertenecientes a las élites internacionales, dejando a su suerte a más de trece
mil millones de personas y provocando así, el genocidio más grande en la
historia de la humanidad.
El
apocalipsis nunca fue un evento sobrenatural como todos y todas lo esperaban.
La respuesta siempre se encontró en la capacidad destructiva de nuestra especie
y en el espíritu individualista fomentado durante siglos a cada una de las
generaciones de nacidos y nacidas en la Tierra.
Las
palabras de mi padre aún tienen eco en mi cabeza, y la resonancia de su voz
golpea mi ser hoy más que nunca.
El
día 14 de febrero del año 2665, fue históricamente, el más caluroso registrado
en los últimos setecientos años. Muchos creyeron que era un síntoma “normal”
dentro del amplio abanico de males generados por el calentamiento global. Sin
embargo, el problema era mucho peor que eso.
En
su necesidad por socializar los datos sobre la inminente destrucción de la
Tierra, idearon crear un falso movimiento religioso radical que transmitía sus
mensajes a través de diferentes medios de comunicación, y a partir de dicha
plataforma emitir las proyecciones desarrolladas por ellos mismos durante la
última década.
Al
principio, los diferentes Estados y la población mundial, rechazaron la
información proporcionada por los antes mencionados y se les tildó de locos,
fanáticos y subversivos. No obstante, en su último intento por demostrar la
veracidad de sus investigaciones, irrespetaron su propio sistema ético y
“predijeron” la primera de las grandes tormentas solares ocurrida en el año
2667.
La
conmoción mundial provocada por la noticia fue tan grande, que los diferentes
países y organismos internacionales tuvieron que aceptar públicamente su falta
de análisis ante las teorías emitidas por los diferentes grupos científicos
durante la última década. Reconociendo así, la irresponsabilidad cometida al no
haber dado la importancia necesaria a las advertencias hechas en los últimos
años.
Como
medida ante la inminente crisis, la comunidad internacional se organizó y creó
la coalición de los diecinueve (C19), conformada por los estados más ricos y
poderosos de todo el mundo, en su afán por diseñar una estrategia efectiva para
garantizar la supervivencia de la especie humana y su cultura.
Ya
creada la Coalición, una de las primeras medidas adoptadas por los diferentes
Estados miembros, fue la creación y construcción de los domos de protección,
diseñados para albergar en su interior ciudades completas, generando así, el
mínimo de condiciones óptimas para la supervivencia de sus habitantes.
Las
zonas a cubrir por los domos, fueron seleccionadas por diferentes ingenieros y
arquitectos provenientes de múltiples países en total acuerdo con los magnates
o transnacionales que financiaban la materialización de cada una de las
edificaciones. En su mayoría, las zonas ideales eran aquellas que contaban con
torres y edificios por debajo de los 70 m de altura, superficies planas y
corrientes de viento externas menores a
los 50 km/h.
Inicialmente
fueron construidos cincuenta y cuatro Domos, dispersos en cada uno de los cinco
continentes, de los cuales, Estados Unidos, Rusia, China e Inglaterra poseían
las estructuras con capacidad para más de cincuenta mil personas y con menores
capacidades, los domos existentes en las restantes quince naciones.
Por
su parte, la coalición de los diecinueve comenzó a ejecutar su tarea más
importante, la de construir aproximadamente cuarenta mil cruceros para ser
usados durante la migración espacial y asegurar la supervivencia de la raza
humana.
Las
naves fueron diseñadas por ingenieros chinos en colaboración con las diferentes
agencias espaciales existentes en todo el mundo. Cada crucero contaba con la
capacidad de albergar en su interior un aproximado de siete mil personas, sin
contar su tripulación y los equipos técnicos de mantenimiento, conformados por
mano de obra robótica diseñada para dicha función.
En
el proceso de construcción de las naves, se contrató a más de trece millones de
personas para crear durante los próximos veinte años, la flota más grande en la
historia de los viajes espaciales. Para construir cada nave, se hizo demoler el
90% de todas las edificaciones a nivel mundial y así reutilizar todo el acero y
hierro acumulado en cada una de las arcas de metal.
Los
planes de contingencia para abandonar el planeta habían sido echados a andar.
La
guerra civil de las minorías en contra de las élites duró aproximadamente un
año, ya que las altas temperaturas quemaron a todas las personas que se
encontraban fuera de los domos. Para aquel entonces, mi padre era uno de los
miles de ingenieros contratados para desarrollar la flota norteamericana, y uno
de sus privilegios, al igual que del resto de los obreros, fue la protección de
sus familias mientras la obra se desarrollaba.
Mis
hermanos y yo, crecimos en los domos construidos para los trabajadores y
trabajadoras. En nuestras pequeñas burbujas de cristal, fuimos a la escuela y
nos especializamos en diferentes ramas ocupacionales, que iban desde la
transformación de materias primas hasta la agricultura hidropónica.
Una
de las leyes creadas por la coalición de los diecinueve, fue que todo niño o
niña nacida en las zonas especiales para trabajadores, fuera analizado y
clasificado para optar a los 20,000 boletos vacantes para conformar la
tripulación de las naves, y de dicha forma ser entrenados desde su nacimiento
para la vida fuera del planeta.
Mamá
dio a luz a mis dos hermanos gemelos 11 meses después de que papá fuese
contratado por AccisLume, primera compañía diseñada para la creación y
adecuación de personal seleccionado para habitar y servir en el espacio
exterior. Ambos niños fueron tomados en cuenta para formar parte de la
tripulación, y desde los dos años de edad pasaron a ser propiedad de la nueva
élite social.
Mis
dos hermanos restantes y yo, no corrimos con la misma suerte. Todos nacimos
fuera de los domos, por lo que la radiación solar pudo haber afectado nuestros
cerebros y limitarnos así, física o mentalmente.
Según
las proyecciones científicas, la única forma de sobrevivir sería emigrando a
Marte, por lo que la clonación y la manipulación genética fueron parte de los
métodos necesarios para asegurar dicha empresa. Diferentes gobiernos dentro de
la coalición, implementaron nuevas y mejoradas políticas de investigación,
orientadas a la creación de seres humanos capaces de sobrevivir y adaptarse a
las condiciones del gigante rojo, y es de esa manera que nace la primera
generación de humanos mejorados, o mejor conocidos como proyecto Sitras.
Los
Sitras, eran un grupo de seres diseñados genéticamente con habilidades y
capacidades diferentes a las de un niño o niña común. Para diciembre del año
2690, las primeras inseminaciones artificiales de Sitras fueron un éxito. Sin
embargo, por la premura de sus alumbramientos, tuvieron que ser descartados
para la colonización de nuestro nuevo hogar. Retrasándose así el programa
Sitras, hasta que la humanidad abandonase el gran gigante azul.
La
extinción de la especie humana era inevitable, y así mismo, la del resto de
seres vivos existentes en la Tierra, por lo que un grupo de biólogos propuso a
la coalición, la creación de un banco de genes, con el material genético de
todas las especies de animales y plantas, incubados criogénicamente para soportar
el tiempo que tardase la humanidad en asentarse sobre su nuevo hogar.
Las
muestras de ADN de cada especie fueron tomadas durante los primeros años de la
década de los noventa, generando de dicha forma, el banco genético con mayor
cantidad de muestras en todo el planeta.
La
humanidad había tomado todas las cartas en el asunto. No obstante, el tiempo
siempre fue su peor enemigo.
Para
el año 2695, la flota de naves había sido entregada a cada uno de los países
involucrados en la gran cruzada espacial. Las proyecciones indicaban que en
menos de diez años sufriríamos los efectos de la peor tormenta solar registrada
en las últimas tres décadas, y ni los domos soportarían la radiación que sería
emitida por el sol en dicho proceso.
Para
aquel entonces, las fuentes de agua se habían evaporado en un 50% gracias a las
altas temperaturas registradas cerca de los 90 °C y la radiación acumulada en el suelo y
subsuelo, de lo que alguna vez fue el punto azul pálido de nuestro sistema
solar.
Tal
como estaba previsto, en menos de una década, las cosas evolucionaron
drásticamente, y el 27 de diciembre del año 2,698 lo inevitable sucedió. El
color del Sol cambió, el aire se volvió irrespirable y el increíble aumento de
las temperaturas por sobre los 100 °C, comenzó a quemar vivas a todas las
personas que habían sobrevivido afuera de los domos.
Previendo
lo inevitable, papá en colaboración con otros ingenieros, crearon los trajes
utilizados por la flota espacial, resistentes a la radiación solar y basados en
las condiciones características del resto de planetas de nuestro sistema local.
En su afán por salvaguardar a nuestra familia, robó varios prototipos de prueba
y los ocultó en nuestro módulo habitacional durante más de siete años hasta que
llegase el día en que los necesitáramos.
Al
igual que nosotros, cientos de familias habían sobrevivido gracias al robo de
tecnología y equipo de supervivencia diseñado para la gran odisea espacial.
Pero no todos corrieron con la misma suerte.
Hace
exactamente veinte días, que las naves abandonaron nuestro planeta. Por lo que
es de suma importancia contactar con el resto de sobrevivientes aquí en la
Tierra.
Las
ondas de radiación generadas por la última tormenta solar, habían quemado
cualquier medio de comunicación digital, volviendo casi imposible el hacer
contacto con los hipotéticos sobrevivientes en los domos a través de medios
convencionales. Dejando así, como último recurso, la exploración de cada una de
las estructuras abandonadas días atrás.
Hoy
se cumple mi vigésimo primer día de exploración. Debido a la radiación,
desarrollo mis caminatas de búsqueda durante las noches, evitando así el
agotamiento y el calor generado durante el día. Hasta el momento hemos
contabilizado 363 sobrevivientes, y desde ya trabajamos en un plan para
abandonar el planeta.
En
nuestro grupo se encuentran varios ingenieros y técnicos que trabajaron en la
creación de los cruceros espaciales. Por lo que nuestra misión inmediata es
intentar construir un híbrido basado en el diseño original de los arquitectos
de la coalición.
Nuestra
meta es encontrar la mayor cantidad de personas en los próximos treinta y nueve
días, y viajar a Cabo Cañaveral, donde según los datos que poseemos, se
encuentra el deshuesadero tecnológico más grande existente en el continente
americano. Y una vez ahí, construiremos el medio de transporte que nos lleve afuera
de la tierra.
En
los últimos trece días he recorrido diecisiete Domos y siete zonas especiales
para trabajadores, pero aún no encuentro ningún sobreviviente. En cada hábitat
explorado he logrado establecer más de cuarenta y cinco centros de
abastecimiento, por lo que mi búsqueda no ha sido del todo infructífera.
Al
igual que yo, diez personas más se encuentran desarrollando esta misma tarea.
Todos disponemos de equipo especial y una bicicleta solar, que usamos
únicamente para desplazarnos de domo a domo. El clima es nuestro principal
enemigo, ya que al no disponer de tecnología de vigilancia y monitoreo, somos
presa fácil de cualquier tormenta solar venidera.
Nuestras
probabilidades de sobrevivir se ven mermadas afuera de las capsulas de
protección. A pesar que contamos con trajes especiales, las proporciones de
cada tormenta solar son indescriptibles e inesperadas, y pueden variar desde
las más leves hasta las nunca antes registradas.
Desde
hace tres años, junto a otras cincuenta personas, decidimos crear este
proyecto. Nada es producto de la casualidad, ya que todos éramos conscientes de
las dificultades a las que nos enfrentaríamos en el actual presente. Luis y Lucas,
mis dos hermanos nacidos fuera de los domos, forman parte del grupo de
ingenieros de nuestra asociación, y actualmente se encuentran reparando
nuestras antenas retransmisoras para restablecer las comunicaciones entre ellos
y nuestra brigada de exploración.
Papá
siempre fue un hombre inteligente, y al igual que él, mis hermanos también
gozan de sus mismas capacidades. La educación formal nunca fue de mi agrado, y
a pesar de gozar del visto bueno de las autoridades, nunca opté por desarrollar
estudios superiores.
Junto
a mamá, nos dedicamos al desarrollo de cultivos hidropónicos en nuestro módulo
habitacional, e incursionamos en la deshidratación y transformación de las
frutas y verduras que producíamos, a alimentos sintetizados al vacío. En una
década, logramos producir los recursos y provisiones alimenticias de
aproximadamente 21 mil personas para los próximos cincuenta años de su travesía
espacial.
Actualmente
tengo 39 años de edad y aún no presento rasgos prematuros de vejez. Papá y mamá
murieron hace cinco años, y desde entonces cuido de mis dos hermanos mayores.
Nuestra familia siempre fue unida a pesar de las adversidades y aunque no
corrimos con la suerte de nuestros últimos dos hermanos, nunca perdimos las
esperanzas de sobrevivir al final de los tiempos.
Durante
las noches, siempre recuerdo las historias de nuestros progenitores sobre cómo
era en el pasado nuestro hogar. Ellos describían la Tierra, como un planeta de
amplios valles y montañas color verde, con cielos despejados. Mares, ríos y
lagos reflejando el azul ilusorio de nuestro domo natural. Costas rebosantes de
diversas especies marinas, un paraíso en su amplio y basto significado. Pero
todo cambió gracias a la mano destructiva de nuestra especie. Y fue la ambición
de querer comernos el mundo la que nos llevó a la hecatombe de nuestro milenio.
En
la actualidad, los océanos dejaron de existir y las fuentes subterráneas de
agua se han agotado. De nuestro cielo ya no cae agua sino lluvia ácida, y en lo
que una vez fue nuestra atmósfera, se acumulan todos los gases producidos por
la radiación de la tierra durante los últimos treinta años.
Lo
que una vez fue verde y productivo, hoy solo es un páramo más dentro del
infinito desierto global. La vida en nuestros tiempos, no es más que lo que en
todas y cada una de las mitologías de antaño se nombraba como el infierno,
construido y diseñado por la humanidad a su imagen y semejanza.
La
contaminación del planeta nos impide respirar de forma normal en campo abierto.
Nuestros suministros de oxigeno son limitados, por lo que aventurarnos fuera de
los domos es sumamente peligroso. Cada explorador cuenta con dos reservas de
oxígeno, la de su traje y una segunda utilizada como último recurso en casos de
emergencia. Las distancias existentes entre domos son inciertas. Algunas
estructuras se encuentran a km de distancia las unas de las otras, complicando
así nuestros desplazamientos.
Cada
reserva de oxigeno tiene una duración de 18 horas bajo respiración normal.
Durante nuestros viajes en busca de nuevos hábitats, logramos recargar nuestros
suministros de oxigenación en los filtros colocados en cada ciudad. Por lo que
cada explorador cuenta con 36 horas de oxígeno para realizar sus viajes entre
domos.
Mientras
nos encontramos dentro de los domos, como método de ahorro, suspendemos el uso
de nuestras reservas de oxígeno, ya que a pesar de la falta de habitantes, los
filtros purificadores de cada ciudad aún se encuentran en funcionamiento y lo
harán, al menos durante los próximos tres años a falta de mantenimiento. Cada
estructura es independiente del clima y las condiciones externas que le rodean,
y es por ello que sus sistemas autónomos sobrevivirán durante algún tiempo, con
o sin la presencia de seres humanos que
condicionen su autosuficiencia.
Debido
a la falta de comunicaciones con nuestro cuartel general, ignoro por completo
los hallazgos realizados por el resto de mis compañeros y compañeras. La
soledad y la oscuridad que me rodean cada noche, resultan ser en estos días,
mejor compañía que la inminente muerte que asciende con el alba.
Después
de dos largos meses de exploración, por fin volveremos a casa. Nuestro tiempo
en el exterior ha concluido. Ahora, todo depende de que tan lejos nos
encontremos de la ciudad de San Andrés, donde hoy por hoy, yace el último
asentamiento de la raza humana aquí en la Tierra.
Todo
parece indicar que nuestra última cruzada finalizará con un inminente escape
hacia la Luna, donde aún se encuentran los primeros puestos de vigilancia
establecidos por nuestra especie hace quinientos años atrás. La migración
espacial es nuestra única salida, y haremos todo lo que esté a nuestro alcance
para lograrlo.
Mi
nombre es Susan Rodríguez, y esta es la historia de mi vida en el final de los
tiempos.
Tomado de: Hacia el Espacio; 15 Crónicas sobre el nacimiento del nuevo orden y la revolución galáctica.
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