
Quizá y la muerte no tarde mucho, el reloj sólo crujió
segundo a segundo aquella agónica escena de absurda emoción. De repente, las
horas no fueron más y la vida como trapecista cayendo a la red, golpeo frágilmente
el suelo donde exploto como confeti al
viento en noche de rojo carnaval.
La alegría sólo duró lo que tarda un cuerpo en bajar atraído
por la gravedad. El alma, no voló como lo esperaban… simplemente la vida de
aquel hombre llegó a su triste e inesperado término. La función de la noche por hoy acabó. Mañana habrá
que morir nuevamente, mientras el público lo exija y la entrada se vende al dos
por uno para ver al hombre reducido a su más mínima expresión.
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