Cual si
fuera extraño en su propia tierra el sol yace bajo tus piernas. Mientras tanto
los perros esperan sentados a la mesa, mendigando sobras que no quisiste el
hombre muere entre tu cuerpo y el de las bestias… humillado entre migajas el
cazador se ha vuelto presa, fundiéndose en prologado y nefasto abrazo con las
ganas su carne arde en la hoguera de tus blasfemias.
Maldita serpiente
inmunda que prolonga en cada beso los dolores de este parto sin conciencia, que fulmina el cuerpo mismo con sus ojos de lascivia y ostentosa concupiscencia.
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