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De Azucenas y Joaquín

Capítulo II

Joaquín

Octubre, mes en el que la lluvia cae y las flores ya no salen a bailar, Andrés Fernández, capataz de la Milagrosa, hacienda propiedad de los Iturralde y de la Trinidad anunciaba que su esposa, Isidora Altamira, estaba lista para dar a luz a aquella criatura anhelada y esperada por ambos. No obstante, dicha bendición traería consigo la cobra y paga de Dios por traer al mundo a esta nueva ilusión, segando la vida a la mujer de aquel humilde obrero y trayendo consigo la de Joaquín, odiado desde entonces, por el significado de su tan infortunada presencia entre el resto de los inmutados mortales que presenciaron su primera y accidentada respiración.

Durante sus primeros meses, el pequeño Quincho Fernández sobrevivió gracias a la leche que lograba obtener de las cabras preñadas que mes a mes se turnaban para alimentarlo en la hacienda. Sus características, propias de todo mestizo lo hacían confundir con un niño de alta alcurnia, ya que desde la vestimenta hasta la alimentación, y todos los gastos del niño, corrían por parte de la familia Iturralde y de la Trinidad.

De piel morena y semblante serio, cabello ondulado y ojos achinados color miel, con extremo parecido a su señora madre, en aquel mundo Joaquín representaba el mestizaje producto de la conquista española en Profundidades, siendo desde niño, hermoso ante los ojos de todas las jovencitas en Villa Hortensia de los Ángeles.

Debido a las complicaciones en el parto, Joaquín creció con deficiencias en sus bronquios y pulmones, mismas que lo llevaron a padecer desde sus primeros meses de vida de bronquitis crónica, enfermedad que arrastraría durante toda su existencia. Por voluntad del patrón de la hacienda, Joaquín recibiría igual formación que la menor de sus hijas. Desgraciadamente para él, las responsabilidades de la casa no le permitían dedicarle más que las horas necesarias al estudio, y con ello se demostraba que sus roles en la hacienda eran más importantes que dicha empresa.

A medida iba creciendo se fue desempeñando como la mano derecha de su padre en las tareas de administración de la tierra en la hacienda la Milagrosa. Llego hasta el sexto grado de educación primaria, ya que para aquel entonces el privilegio de estudiar a niveles de mayor complejidad escolástica sólo era realizable para personas de mayor capacidad económica que la del hijo del capataz de una hacienda de tan remoto arrabal.

Sus habilidades para servir y ser preciso en sus labores dieron a Joaquín el privilegio de acceder a la biblioteca familiar de los Iturralde y de la Trinidad, donde éste fomento la lectura desde sus 12 años de edad y prolongó hasta el día de su muerte, ya que la ciencia y la literatura representaban un punto de escape para lo rutinaria que resultaba la vida en aquel lugar.

No limitando sus capacidades, se juró así mismo seguir los pasos de más de un filósofo de antaño y demostrar que la tenencia de riqueza material no justificaba la felicidad total, nombre que él le daba a su tan anhelado deseo de libertad. Siendo sus más grandes inspiraciones los textos prohibidos sobre historia universal y filosofía en general, aquellos mismos textos que proponían libertad, igualdad y fraternidad.

El pequeño Joaquín creció y con él su arma más importante y fulminante, la imaginación, misma que años más tarde lo llevaría a lugares que su mente nunca antes imaginó.

Desde tempana edad resultó ser un tunante y empedernido don Juan para con toda mujer que se le pusiera por enfrente, llegando a ocasionarle problemas a más no poder a su siempre humilde padre.

Don Andrés, su padre, indígena Lenca acostumbrado al trabajo pesado, creció con la familia Iturralde, siendo su generación la tercera en prestar servicios a los dueños de la Milagrosa y toda su descendencia. Durante su juventud sirvió a Don Guillermo, padre de Esteban, su mejor amigo desde la infancia, y así cuando este le sucedió a su progenitor le nombro capataz de toda la hacienda y sus terrenos contiguos.

A pesar de su edad, don Andrés cursaba estudios con su hijo y la hija de los patrones para aprender a leer y escribir, y así mantenerse en su puesto, mismo que cuidaba y realizaba a total perfección.

Joaquín, representaba para su padre no solamente un hijo, sino también su único amigo desde la muerte de Isidora, su señora esposa, quien durante toda su vida guardo luto por su difunta compañera hasta el día en que murió.

Cómo tradición, Joaquín y su padre celebraban el Guancasco cada año y se desplazaban hasta el interior del país, logrando seguir la línea de tradición heredada por sus antepasados en la búsqueda de la paz con los pueblos vecinos de Benedicta, su pueblo natal.

Los años pasaron y con ellos, el parecido de su vástago para con su madre le daba las fuerzas necesarias para seguir adelante, convirtiéndose Joaquín en su más importante razón de ser, aunque sus tradiciones patriarcales y machistas le impedían demostrar que no le guardaba resentimiento desde aquel infortunado evento en el que los dioses le dieron a elegir entre su mujer y él.

Durante su adolescencia, Joaquín aprendió todo lo que se debe saber sobre floricultura y agricultura preventiva, ya que don Esteban lo instruyo para convertirse en el encargado de los procesos productivos de la hacienda. En un periodo de 3 años llevo la contabilidad del negocio de la Milagrosa, logrando generar excedentes y una muy buena administración de los recursos. Ganándose así la confianza de sus patrones, quienes más tarde lo enviaron a Valle de Agua para cursar sus estudios a nivel de educación media.

Despertaba a las 4:00 de la mañana y se encargaba de preparar el desayuno a su señor padre, quien debido a su cargo en la hacienda asumía responsabilidades desde el Alba hasta la puesta del astro Rey. Su capacidad para comprender de forma mecánica cada proceso aprendido lo hizo acreedor del derecho de controlar las máquinas de cultivo y el sistema de irrigación con el que contaban en la hacienda, convirtiéndose en el primer asistente de don Esteban a la edad de los 13 años.

En horas de la noche dedicaba toda su concentración al estudio y cursaba clases personalizadas durante los fines de semana, llegando a ser el mejor de su clase particular con el maestro Ramón Rulfo, Maestro español, amigo de la familia que habitaba en las minas de San Antonio de Valle de Agua, ex Capital de Profundidades durante los primeros 200 años de existencia del país.

Sus capacidades lo catapultaron a cursar el bachillerato en dicha comunidad durante dos años, en los que tuvo que abandonar a su padre y residir en aquella lejana, pero afable comunidad.

Joaquín era, lo que podríamos llamar en el más claro castellano, la esperanza de su padre y el motivo de su soñar.

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